Las encuestas realizadas a pie de calle en los últimos años, demuestran reiteradamente que una buena parte de los neumáticos que ruedan por nuestras carreteras no lo hacen en las condiciones de presión, de desgaste o de conservación que serían deseables. Ello los convierte en un peligro tanto para los conductores de los vehículos que los llevan como para el resto de los usuarios de la carretera. Y el caso es que un mantenimiento sencillo, una atención de pocos minutos, podría solucionar en buena medida este problema.
De forma general, la presión de inflado "aconsejada" para un determinado neumático, es aquella que establece su fabricante en función del tipo de vehículo al que está destinado, y de la utilización a la que tendrá que hacer frente. Como resultado de las pruebas de homologación propuestas por sus fabricantes, esta presión puede variar levemente en función de las características estructurales de ciertos modelos de vehículos. En cualquier caso, la presión debe ser la adecuada para soportar las cargas del vehículo sin sufrir daños (calentamiento excesivo, degradación de la estructura…), ya que ello pondría en peligro la vida del conductor y de sus acompañantes.
La presión aconsejada es aquella con la que el neumático aporta lo mejor de sí mismo en materia de estabilidad, adherencia, duración, desgaste y confort, por lo que el establecimiento de dicha presión nace de un compromiso entre todos estos parámetros. Los conductores deben respetar rigurosamente las presiones aconsejadas por los fabricantes de los neumáticos y, en todo caso, deben consultar a los profesionales antes de introducir cualquier variación de las mismas. Nos referimos aquí a la posibilidad de establecer ligeros incrementos de la presión cuando tenemos previsto rodar muy cargados, con remolques o cuando vamos a realizar viajes largos por autopista a velocidades altas sostenidas.
Lo que no debemos hacer nunca es creer a quienes nos aconsejen bajar un poco la presión "para que el coche sea más confortable". Es un grave error que puede dar origen a deficiencias muy peligrosas en la estabilidad del vehículo y en la capacidad de frenado.
Un neumático con menos aire del que necesita, se recalienta y se desgasta de forma irregular, consume más combustible, dura menos, y se vuelve más sensible a los impactos y menos resistente a la fatiga, pudiendo sufrir daños irreparables. Con presiones de menos de 1 bar, el neumático puede incluso salirse de la llanta.
El nivel de inflado también influye en la capacidad para frenar: cuanto menor es la presión, más metros necesitará el vehículo para reducir su velocidad o para detenerse. El bajo inflado resulta especialmente peligroso en las curvas: si los neumáticos que tienen menos aire del necesario son los del eje trasero, el coche presenta un comportamiento que los especialistas llaman "sobrevirador"; esto quiere decir que el coche se va de atrás. Si el bajo inflado se encuentra en el eje delantero, el comportamiento será "subvirador", y el coche se irá de delante. En ambos casos sufriremos una pérdida del control de la trayectoria, que en curva puede ser causa de un accidente.
Si estamos rodando en una carretera cubierta por una capa de agua, sea de lluvia o de cualquier otro origen, una falta de presión en los neumáticos de un 30% o mayor, nos acercará peligrosamente a la posibilidad de sufrir el temido "aquaplaning", que es un efecto por el cual el neumático, incapaz de atravesar la capa de agua que cubre el suelo, no se agarra sino que "navega", con lo que perdemos el control del vehículo.
De forma general, la presión de inflado "aconsejada" para un determinado neumático, es aquella que establece su fabricante en función del tipo de vehículo al que está destinado, y de la utilización a la que tendrá que hacer frente. Como resultado de las pruebas de homologación propuestas por sus fabricantes, esta presión puede variar levemente en función de las características estructurales de ciertos modelos de vehículos. En cualquier caso, la presión debe ser la adecuada para soportar las cargas del vehículo sin sufrir daños (calentamiento excesivo, degradación de la estructura…), ya que ello pondría en peligro la vida del conductor y de sus acompañantes.
La presión aconsejada es aquella con la que el neumático aporta lo mejor de sí mismo en materia de estabilidad, adherencia, duración, desgaste y confort, por lo que el establecimiento de dicha presión nace de un compromiso entre todos estos parámetros. Los conductores deben respetar rigurosamente las presiones aconsejadas por los fabricantes de los neumáticos y, en todo caso, deben consultar a los profesionales antes de introducir cualquier variación de las mismas. Nos referimos aquí a la posibilidad de establecer ligeros incrementos de la presión cuando tenemos previsto rodar muy cargados, con remolques o cuando vamos a realizar viajes largos por autopista a velocidades altas sostenidas.
Lo que no debemos hacer nunca es creer a quienes nos aconsejen bajar un poco la presión "para que el coche sea más confortable". Es un grave error que puede dar origen a deficiencias muy peligrosas en la estabilidad del vehículo y en la capacidad de frenado.
Un neumático con menos aire del que necesita, se recalienta y se desgasta de forma irregular, consume más combustible, dura menos, y se vuelve más sensible a los impactos y menos resistente a la fatiga, pudiendo sufrir daños irreparables. Con presiones de menos de 1 bar, el neumático puede incluso salirse de la llanta.
El nivel de inflado también influye en la capacidad para frenar: cuanto menor es la presión, más metros necesitará el vehículo para reducir su velocidad o para detenerse. El bajo inflado resulta especialmente peligroso en las curvas: si los neumáticos que tienen menos aire del necesario son los del eje trasero, el coche presenta un comportamiento que los especialistas llaman "sobrevirador"; esto quiere decir que el coche se va de atrás. Si el bajo inflado se encuentra en el eje delantero, el comportamiento será "subvirador", y el coche se irá de delante. En ambos casos sufriremos una pérdida del control de la trayectoria, que en curva puede ser causa de un accidente.
Si estamos rodando en una carretera cubierta por una capa de agua, sea de lluvia o de cualquier otro origen, una falta de presión en los neumáticos de un 30% o mayor, nos acercará peligrosamente a la posibilidad de sufrir el temido "aquaplaning", que es un efecto por el cual el neumático, incapaz de atravesar la capa de agua que cubre el suelo, no se agarra sino que "navega", con lo que perdemos el control del vehículo.